viernes, 1 de julio de 2011

¿Te falta tiempo?

Existe un tiempo cronológico (del reloj) y un tiempo psicológico que es nuestra vivencia interna del tiempo. Solemos confundir los dos conceptos y parece que el tiempo (psicológico) nos falta en el reloj. Algo así como que si el resto de los mortales tiene 24h disponibles cada día… a uno le parece que tiene menos que los demás.

Eso significa que si bien no podemos alargar el día, sí podemos ser más conscientes de en qué empleamos nuestro tiempo. John Lennon decía que la vida es aquello que pasa mientras estás haciendo otra cosa. Desde la perspectiva del tiempo, cobra mucho sentido.

Todos hemos experimentado momentos que se hacían eternos y otros que pasaban sin darnos cuenta. Pasar un buen rato con los amigos o asistir a una ponencia aburrida por ejemplo. En una entrevista al Periódico (24/4/09), Steve Taylor, profesor de desarrollo personal en la Universidad de Manchester, explica que existen actividades que tienen la particularidad de ponernos en un estado de “absorción”, casi de hipnosis: actividad creativa, mirar la televisión, leer una revista o navegar por según qué página de Internet…

Este estado no es ni bueno ni malo. Pero si nos pasamos media vida en él, podemos llegar a los 80 años de vida con la sensación de no haber hecho nada y de que todo ha pasado demasiado rápido.

¿Qué podemos hacer? Steve Taylor propone conectarnos con la mente sensitiva, lo que nos permitirá vivir una experiencia más “real”, fresca e intensa. Vivir el momento presente, es decir, estar haciendo lo que estamos haciendo, sin evadirnos constantemente del presente. Escoger nuestras actividades, vivir experiencias nuevas…

Entonces… ¿qué vas a hacer hoy?

viernes, 18 de marzo de 2011

Las preguntas en cuestión

A una autora muy destacada del panorama literario español la entrevistaron hace poco en un programa cultural de la televisión. No importan los nombres de los protagonistas, el tema tratado, el lugar o la fecha. Me quedo con la situación genérica (entrevista cara a cara) y la sensación final: la de que tras 40 minutos de charla, sabía más del entrevistador que de la entrevistada. La clave en este caso estaba en las preguntas.

De hecho, esta entrevista fue un verdadero festival de preguntas. Pero a pesar de ello no me quedó claro la historia, experiencias u opiniones de esta mujer. Si bien en algunas de sus respuestas se podía intuir una mina de reflexiones inteligentes y aportaciones enriquecedoras, el entrevistador no le seguía el juego. Ella abría puertas constantemente, y con la misma constancia el entrevistador las cerraba y volvía a sus fichas (tranquilizadoras y estructuradas) para hacer la siguiente pregunta… que no tenía nada que ver con lo anterior. ¿Había que seguir un guión? ¿Para qué en este caso? ¿Qué se pretendía?

Y no sólo eso, ritmo acelerado, sin pausas, preguntas largas, afirmaciones más que preguntas, preguntas en las que el entrevistador aprovechaba para dar su propia opinión (¿era el lugar adecuado?), muchas preguntas cerradas (que sólo admiten un sí o un no como respuesta)… En el mercadillo de las preguntas, el entrevistador las compró todas.

Son una magnífica herramienta para conocer a las personas o indagar situaciones. Pero a veces, sin darnos cuenta y pensando que nos interesamos por el otro o por la situación, nos volvernos sordos a las respuestas. Preguntar es un arte: preguntar sin inducir la respuesta, sin expresar sus propios deseos o expectativas.

Existe también otro punto fundamental y es que debemos reconocer que vivimos todos en mundos interpretativos. Eso es, las preguntas hablan también de nosotros cuando las formulamos. Sacan a la luz rasgos, puntos de vista, inquietudes o tendencias por ejemplo.

Los profesionales de los recursos humanos lo saben muy bien. En una entrevista (de trabajo por ejemplo) ellos son los que hacen las preguntas… pero no siempre. Dejan espacio a las preguntas del candidato. Venir preparado siempre es la clave (¿qué quiero saber? ¿qué información es importante para mí? ¿qué me ayudará a tomar una decisión…), y recordar que las preguntas no son menores.

No dudes en cuestionar tus preguntas

jueves, 9 de diciembre de 2010

¿Si escucho los problemas ajenos, se me pueden contagiar?

Diría que sí, por supuesto… sobre todo si los mismos vienen acompañados de una emoción “limitante” como puede ser la tristeza, el resentimiento, la resignación o la rabia por ejemplo. Todas ellas se transmiten, se nos pegan, entonces parece que el problema contado es aun más problema pues tampoco le vemos salida ni posibilidad. Se convierte en un problema real, universal, vamos, un problema de verdad. Y como no cuestionamos dicha “realidad” del problema, nos quedan 2 salidas: escucharlos o no, qué remedio.

Y con este miedo en la mente (el contagio), ocurre que a veces cuando sería importante para el otro escucharle, preferimos no hacerlo con el fin de protegernos (con toda lógica y legitimidad).

Tampoco se trata de arriesgar nuestra estabilidad emocional a todas horas, pero sí, en algún momento, saber reconocer que alguien, en este momento, necesita ser escuchado. Pensemos en los momentos en que este “otro” ha sido uno mismo, y lo bien que nos ha sentado recibir esta comprensión.

lunes, 6 de diciembre de 2010

¡Cuánto ruido!

¿Cuántas veces hoy has escuchado a alguien centrándote realmente en lo que te ha estado diciendo? ¿Qué has aprendido de ello? ¿Cuántas veces se te ha ido la mente a otro lugar? Llevas un día ajetreado, el teléfono no para de sonar, los e-mails se cumulan, has discutido con alguien de buena mañana, tienes una reunión importante en breve, te has levantado con mal pie, te preocupa algo, lo que te cuenta esta persona no te interesa mucho, o no compartes su visión, no te gusta su forma de expresarse, te viene a la mente una experiencia que no te apetece recordar, esperabas una respuesta corta a tu pregunta y resulta que lleva 10 min dándote explicaciones… Cuando eso ocurre, lo habitual es que no queda espacio para escuchar al otro, nos estamos escuchando a nosotros mismos, y eso hace mucho ruido en la cabeza.

Lo mismo pasa en una discusión o una conversación animada, mientras el otro habla, estoy pensando en mi respuesta… independientemente de lo que está diciendo.

Solemos entender el escuchar como algo natural, algo que simplemente ocurre y en realidad le prestamos poca atención al arte de escuchar. La ética fundamental para escuchar efectivamente tiene que ver con la apertura hacia el otro, el respeto por la diferencia y la plena legitimidad de la misma, ocurre cuando dejamos de proyectar nuestra propia manera de ser en el otro. Cada vez que rechazo a otro, sea cliente, socio, compañero, empresa, cultura, país,… mi capacidad de escuchar y de aprender de él se restringe… una lástima ¿no crees?

Si hoy hay mucho ruido ¿qué te parece si bajas el sonido y escuchas de otra manera?